La mañana de este miércoles, el presidente Andrés López Obrador dejó muy claro lo que ya se adivinaba desde el inicio de su administración, que los organismos autónomos, los desconcentrados, aquellos que se dedican a fiscalizar la buena actuación del gobierno, no le gustan y los calificó de simple simulación democrática.
La Comisión Nacional de los Derechos Humanos, El Instituto Nacional de Transparencia y Acceso a la Información Pública, el propio Instituto Nacional electoral, que avaló su triunfo electoral, entre otros, dijo que se crearon solamente como un parapeto a fin de decir que México vivía en un sistema democrático.
Por lo visto el presidente de la República, conserva una visión anticuada de la democracia, aquella en la que se considera que vivir en un sistema democrático se reduce a la llegada al poder de aquel partido o del candidato que obtiene el mayor número de votos en unos comicios.
Anticuada e inexacta la definición, pues de acuerdo con los estudios de avanzada, en el mundo, la democracia es una forma de vida de los pueblos y de las naciones, en donde la legitimidad del gobernante y de su partido tienen que refrendarse cada día y en cada una de sus acciones.
Un país o una sociedad que vive en democracia, es aquella en la que existe la participación de la sociedad, en donde hay equilibrios, en donde se recurre a la fiscalización, tanto de los recursos como de las acciones, en donde todo lo que hace el gobierno está sustentado en un Estado de Derecho.
La rendición de cuentas, la procuración y la administración de justicia, la transparencia, el acceso a la información, las reglas y la participación en elecciones libres son elementos que enriquecen a la democracia.
Hay que recordar que Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Evo Morales, Lenin Moreno son producto de elecciones democráticas, de procesos electorales en los que el pueblo participó, les dio su confianza y los encumbró, pero después realizaron acciones en las que perdieron la confianza del pueblo, porque nunca se sometieron a los órganos de control.
Y no es que el presidente López Obrador se encuentre en esas condiciones, pero ya ha demostrado que los controles, que la fiscalización de sus actividades, que la transparencia y la rendición de cuentas no son de su agrado.
El presidente López Obrador tuvo la votación más alta de la historia en México, la más abrumadora, cuenta, a 11 meses de iniciado su mandato con una aprobación superior al 60 por ciento, ha perdido nueve puntos, pero se conserva, quizás, como el presidente con mayor aprobación en el mundo, a pesar de las acciones y las omisiones que han lastimado profundamente a la sociedad.
En 11 meses ha habido, durante su administración 15 masacres, por parte del crimen organizado, de las más violentas y sanguinarias en la historia, también tuvimos que vivir la escasez de gasolina con el operativo contra el huachicoleo, la vergüenza internacional del fracaso militar en Sinaloa, entre otros muchos que a cualquier otro presidente ya le habría costado una crucifixión mediática y en redes sociales.
Pareciera que la imagen del presidente cuenta con un blindaje que lo protege de cualquier tipo de crítica, los llamados chairos que lo cobijan tienen recursos de defensa en contra de todo, pero para el año próximo las luces rojas de la economía se han encendido y la cuarta transformación, podría tener una incidencia directa en el bolsillo de los mexicanos. Hay que esperar para ver.
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